Opinión: El científico rebelde y el progreso de la ciencia
Ernesto Viglizzo1
1Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria.
Transcurrió casi medio siglo desde que hice mis primeros “palotes” en territorio de la Ciencia. Acumulando años de prueba y error, y luego de leer bastante sobre historia y filosofía de la ciencia, creo que al final entendí aceptablemente la lógica de la investigación científica. Entre otras cosas, me di cuenta que los grandes saltos en el conocimiento humano lo dieron aquellos científicos (o proto-científicos) que osaron rebelarse, aún a riesgo de su vida, contra los dogmas imperantes, los paradigmas inmodificables o el pensamiento dominante.
¿Qué tuvieron en común estos rebeldes de la ciencia? En su temprano texto de 1934 titulado “La Lógica de la Investigación Científica”, el filósofo austríaco Karl Popper nos muestra un atributo común de estos personajes: el realismo y el sentido común frente al mito de un marco teórico inmutable, que permite poner en tela de juicio el mismo punto de partida de una idea. Nos introduce la noción de “falsabilidad” como criterio para demarcar lo real de lo ficticio en una teoría científica. El proceso de “falsación” se aplica para pulsar la solidez de una idea o paradigma en la ciencia. O sea, se trata de diseñar una investigación para demostrar que la teoría dominante tiene fisuras y puede resultar falsa, y que una visión alternativa del problema estudiado puede llevarnos a una interpretación más realista del mismo. Si un científico “rebelde” logra demostrar que esa teoría tiene puntos débiles y puede ser falsa, la interpretación alternativa mejorará el conocimiento que se tiene sobre el tema, al menos que esta misma interpretación sea más tarde “falsada” por otra investigación. Si no se logra “falsar” la teoría dominante esta resulta fortalecida y puede, luego de otros intentos fallidos de “falsación”, convertirse en un principio o ley científica de carácter definitivo, por ejemplo, la Ley de la Gravedad de Isaac Newton. En cualquier caso, la intervención de un científico que se rebela y sacude los cimientos convencionales de su área de conocimiento es saludable para la ciencia.
Mi primer acercamiento a un ejemplo de rebeldía en la ciencia ocurrió a partir de la teoría geocéntrica de Claudio Ptolomeo, astrónomo griego que la propuso en siglo II DC, y que sostenía que el sol y los planetas giraban alrededor del planeta Tierra. En siglo XVI, el astrónomo polaco Nicolás Copérnico cuestionó la teoría geocéntrica que dominó el conocimiento sobre los movimientos de los cuerpos celestes en nuestra galaxia. La contrastó con la propuesta de una teoría que denominó Heliocéntrica, según la cual todos los planetas de nuestra galaxia giran alrededor del Sol, y no de la Tierra. El modelo heliocéntrico de Copérnico resolvió muchas de las inconsistencias del modelo de Ptolomeo, y simplificó la explicación de los movimientos planetarios. La transición de un modelo a otro fue conocida como Revolución Copernicana, que connota un cambio radical en la forma de un interpretar un asunto. Por falta de evidencias y mediciones concretas, la Iglesia Católica no cuestionó el modelo heliocéntrico en un primer momento, pero lo prohibió a partir del año 1600….
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