4 de julio – Día Nacional del Médico Rural.
Esteban Laureano Maradona (Esperanza, 4 de julio de 1895 – Rosario, 14 de enero de 1995) fue un médico rural, naturalista, escritor y filántropo argentino famoso por su modestia y abnegación, que pasó cincuenta años en una remota localidad de Formosa, Estanislao del Campo, ejerciendo la medicina.
Su vida fue un ejemplo de altruismo. Colaboró con las comunidades indígenas en varios aspectos: económico, cultural, humano y social.
Es autor de obras científicas sobre antropología, flora y fauna. Renunció a todo tipo de honorario y premio material viviendo en la humildad y colaborando con su dinero y tiempo con los más menesterosos, a pesar de que pudo haber tenido una cómoda vida ciudadana, gracias a sus estudios y a la clase social a la que pertenecía.
Un par de frases por él dichas sintetizan muy bien su pensamiento sobre su profesión y su manera de vivir:
Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, este es bien limitado, yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien a mis semejantes.
Muchas veces se ha dicho que vivir en austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnífica para la cual fue creado.
ESTEBAN LAUREANO MARADONA
MÉDICO RURAL. AMBIENTALISTA 4 DE JULIO DE 1895 EN ESPERANZA SANTA FE
Esteban Laureano Maradona
Por Claudio Bertonatti*
4 de julio del 2006
Por 1986, Otelo Borroni y Roberto Vacca dirigían la serie de documentales y fascículos inolvidables: Historias de la Argentina Secreta. Hasta ese momento el apellido Maradona representaba inequívocamente a una sola persona: el máximo jugador de fútbol que conocimos. “No sé si somos parientes. Me han dicho que es un muchacho millonario” dijo otro Maradona. El comentario le pertenecía a un anciano humilde, protagonista de una historia secreta, la de El hombre que perdió el tren. Gracias a ella, se replicó el famoso apellido sobre un desconocido doctor y naturalista, que se llamó Esteban Laureano Maradona.
Fue médico de campaña durante la Guerra del Chaco. Curó –sin cobrar honorarios- a aborígenes y criollos en parajes olvidados. Su casa, tan humilde como la de sus pacientes, fue sede de su precario “hospital”. Arquetipo del médico gaucho, en ese mundo de monte y barro, operó a los ponchazos sobre carretas y atendió partos bajo la luz de la luna o el resplandor de los fogones. Allí, peleó contra el mal de Chagas, la tuberculosis, la lepra, el cólera, la sífilis y el paludismo. Estudió la naturaleza de los montes chaqueños. Trazó senderos para acceder al río Bermejo. Exploró nuevas fuentes de agua potable para la gente. Escribió trece libros, todos agotados, algunos publicados por universidades de Estados Unidos y la mayoría, inéditos. Fundó una escuela y una colonia aborigen. Renunció a todos los honores. Fue nuestro prócer más pobre: “Soy el médico más zaparrastroso del noroeste argentino”, llegó a reconocer. Pero aun en la indigencia absoluta, se mantuvo firme y donó el dinero de un premio que había recibido para becar a jóvenes médicos formoseños recién recibidos.
Ante el emocionante testimonio de aquel documental le escribí al Dr. Maradona. Una foto del fascículo de “Historias de la Argentina Secreta” me permitió leer la chapita clavada sobre la puerta de su casa en Formosa: “M. Moreno 127”, en Estanislao del Campo. No necesité más datos. Recién 11 años más tarde, supe -por sus herederos- que esa carta había llegado. Pero Maradona había muerto y me contactaban para integrar una comisión de homenaje que rescatara y conservara sus manuscritos desde la Universidad de Buenos Aires.
Maradona nació el 4 de Julio de 1895 en Esperanza, Provincia de Santa Fe. Pasó su infancia en Barrancas, a orillas del río Coronda. Él lo recordó así: “Vivíamos aislados de todo centro poblado y mi familia, que era muy religiosa, nos enseñaba a leer y escribir. Y pasábamos el tiempo en los montes, cazando en las costas del río, pescando. Éramos siete hermanos, y vivíamos en un estado natural, como los indios”. Será por eso que nunca se lo escuchó quejarse de su pobreza en la otra punta de su vida. Más tarde repartió sus estudios entre Santa Fe y Buenos Aires, donde terminó estudiando medicina, tras haber sido alumno de grandes figuras, como Bernardo Houssay, Pedro de Elizalde, Eliseo Segura, Braun Menéndez, José Arce y Gregorio Aráoz Alfaro, entre otros. Una vez concluida su carrera puso rumbo al norte: “Cuando me recibí, abrí mi consultorio en la calle Santa María de Oro, en Resistencia. Había muy pocos médicos. Durante ese tiempo yo hacía viajes a Barranqueras para atender a mis enfermos. Y también me dediqué, como una especie de periodista de campaña, a escribir algunos artículos en La Voz del Chaco y a explorar la Isla del Cerrito Argentino para estudiar botánica. Para los años 1931 y 1932 daba un ciclo de conferencias todos los sábados sobre la ley 9.688 de Accidentes de Trabajo. Pero los capitalistas me tenían entre ojos, y como yo atacaba al gobierno militar del Señor Uriburu, me perjudicaron; la policía me perseguía. Un día opté, entonces, por viajar para el Paraguay. Eran los fines del ’32 y empezaba la guerra paraguayo-boliviana. Allí presenté mis condiciones de médico para actuar con un fin humano y cristiano, para restañar las heridas que pudieran infligirse al soldadito que cae en la batalla. No me importaba que fuera paraguayo o boliviano. Pero cuando llegué a Asunción me tomaron preso: creyeron que yo era un espía. Finalmente, la guerra terminó en el año ’35 y yo me vine renunciando a una demostración que trataron de hacerme hasta con banda de música”. Es que, intencionalmente, omitió aclarar que logró desempeñarse salvando vidas y que llegó a ser el Jefe del Hospital Naval de Asunción, donde redactó el reglamento de Sanidad Militar del Paraguay. Eludiendo medallas y diplomas, prefirió ocupar su tiempo atendiendo a los pobres leprosos de Ytapirú, en ese país. En Asunción se enamoró de Aurora Evali, sobrina del presidente paraguayo, quien murió de fiebre tifoidea sin requerir, por novelesco pudor, los servicios del novio médico. Maradona no se recuperó nunca de ese amor truncado.
Después de aquellas experiencias sintió cierta necesidad de regresar a Buenos Aires, pero eligiendo un itinerario inquietante: “Terminó la guerra en el ’35, me vine a Formosa y como siempre hacía esos viajes de Asunción para Buenos Aires, opté por ir a Salta y Jujuy para conocer elementos históricos que operan desde los tiempos de la guerra de la independencia, y donde mis antepasados tuvieron alguna actuación. Y después pasar a Tucumán, para visitar a mi hermano Juan Carlos, que era intendente de la ciudad. Desde allí seguiría viaje para establecerme en Buenos Aires junto con mi madre”. Pero a bordo del tren que recorría longitudinalmente Formosa hasta Salta, se encontró con su lugar en el mundo. Al llegar a Estanislao del Campo, gritaban pidiendo auxilio. “Cuando vine para acá había dos trenes por semana, y no sé quien supo que yo era médico. Había un coche de primera y dos de segunda. Paramos porque había que demorar dos o tres horas para cambiar la máquina. Entonces, me dijeron que había una enferma que desde hacía tres días no podía tener familia, que si no podía atenderla mientras el tren estaba detenido. La vi muy grave y el caso es que me quedé para poder atenderla. Cuando quise levantar vuelo y fui hasta la estación a esperar el tren con el que debía seguir viaje, resultó que allí me estaban esperando enfermos de los cuatro puntos cardinales: de Ibarreta, Comandante Fontana, Pozo del Tigre, Ingeniero Juárez, y de San Martín II, que queda como a veintitantas leguas de acá. Entonces con ese motivo no pude continuar y así perdí mi tren y mi puesto en Buenos Aires.” No es cierto que no pudo continuar. Eligió quedarse. Y lo hizo por 55 años, conviviendo con criollos e indios tobas, wichí y pilagás. Allí, aprendió el idioma de esta gente para enseñarles a leer y escribir en castellano, a construir sus casas con ladrillos y a cumplir normas elementales de higiene y profilaxis. Vivió curando y educando con sus escasos recursos. Se ganó el aprecio de los indios, quienes le cambiaron la desconfiada tilde inicial de “brujo” por el de “Plognak” (que significa “Dr. Dios” en pilagá.
Desde su casita de ladrillos sin pintar, con un techo precario, sin luz eléctrica, ni agua de red, con su cama sin colchón, oficiaba el único “hospital” conocido en la región. Con una extraña vincha que le sujetaba el pelo blanco, con un poncho sobre los hombros y los zapatos embarrados, caminó silenciosa y solitariamente hasta donde fuese necesario para atender a varias generaciones de olvidados. Pero es poco lo que se conoce de este tipo de médicos. En gran medida, porque no hacen un culto de su persona. Su mirada y su discurso está sobre los demás, sobre sus pesares y desdichas. Sobre cómo aliviarlas. Y eso no era fácil: “Cuando yo llegué empezaron los problemas. Todo esto era monte, sólo había cuatro o cinco ranchos y estaba todo rodeado de indios, que por otra parte me querían matar. Tanto que uno de ellos, que era famoso, me agarró de las solapas y me sacudió, amenazándome. Pero nunca les tuve miedo ni me demostré asustado. Sino que soy así nomás. Pero con la palabra dulce y la práctica de la medicina, tratando las enfermedades, dándoles trabajo y consiguiéndoles algunas ropas, las cosas fueron cambiando. Así los traté hasta hoy. Me remangué sin ningún temor, arriesgando mi vida y también mi salud.” Por eso, más que médico fue apóstol de la medicina.
La confianza ganada le permitió conocer esa vida maltratada, que supo denunciar desde sus libros, como lo hizo en 1936, cuando publicó “A través de la selva”: “La explotación del indígena americano no es una novedad. Diez a veinte centavos por hachar leña, siempre la más dura. Diez centavos por acarrear agua en barriles durante tramos de seis cuadras. Un peso diario para que transporten todo tipo de cargas. Y qué decir de los ingenios jujeños, salteños y tucumanos y de otros que efectuaban los pagos con vales, con cosas deterioradas e inservibles, con coca, tabaco, alcohol.. Por eso mismo todo indio, al ser requerido para una changa, sea quien fuere el solicitante, tiene como estereotipada la defensiva frase que pronuncia en gerundio: ¿cuánto pagando?” Pero esta franqueza y este tipo de denuncias le valieron tanto persecuciones iniciales como apoyo nacional más tarde para aliviar ese sistema de explotación de la mano de obra “barata”.
Entre esas ingratitudes y adversidades, se hizo tiempo para cultivar su otra vocación: la del naturalista. Su inquieta personalidad lo llevó a explorar los ríos Pilcomayo y Bermejo y los montes del Chaco, Formosa y Salta; a estudiar etnografía y las parcialidades indígenas, la fauna, la flora y el clima de sus regiones, a la manera de Félix de Azara y de Amado Bonpland. En sus apasionadas recorridas supo ver la belleza del monte formoseño, casi desconocido, sin guías de campo ni libros referenciales que le facilitaran sus exploraciones. Pero esa orfandad bibliográfica no le impidió descubrir plantas medicinales, detectar el silencioso paso del oso melero, reconocer por su repiqueteo al “pájaro carpintero” e integrar sus hallazgos con el saber zoológico o botánico de los aborígenes. Como si fuera poco, combinó sus dotes de observador con su habilidad de dibujante, logrando manuscritos maravillosos. A este Maradona, particularmente, la Fundación Vida Silvestre lo recuerda con gratitud y admiración, más cuando repasamos su obra humanitaria.
Entre sus libros y tratados, unos publicados y otros inéditos, encontramos títulos como «A través de la selva», «Una planta providencial», «Dendrología» (cinco volúmenes), «Animales cuadrúpedos americanos» (tres volúmenes con textos e ilustraciones sobre mamíferos y reptiles), «Aves» (tres volúmenes ilustrados), «Plantas cauchígenas» y un “Vocabulario toba-pilagá”, con más de 3.000 palabras traducidas al español.
En su enclave formoseño vivió hasta 1985, oportunidad en que su cuerpo, ya con 91 años, dijo «basta». Al decir de Rodríguez Bornett: «… cuando la ancianidad quebró su físico, y la pobreza, junto a la soledad lo acompañaron a cerrar esa etapa de su vida, la selva enmudeció, para que se abriera esa maravillosa y melancólica historia de amor que el mismo encarnó…» Sus últimos años transcurrieron en Rosario, en la casa que le brindó su sobrino nieto, José Ignacio Maradona. Recibió allí numerosos homenajes de instituciones nacionales y extranjeras. Reprochaba al periodista Francisco N. Juárez que lo había “descubierto” el 27 de noviembre de 1967 a través de un artículo publicado en “Primera Plana”: «Por culpa de usted que apareció, perdone, como esos galgos que olfatean la alimaña, dejé de ser un ilustre desconocido», porque “si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, éste es bien limitado; yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien”. Entre los numerosos premios, medallas, placas y otros reconocimientos merecen destacarse el Premio al Médico Rural que le concedió en 1980 la Asociación Médica Argentina y la Revista Iberoamericana de Infectopatología y el galardón internacional Estrella de Medicina para la Paz, que le otorgó en 1987 la Organización de las Naciones Unidas.
En atención a las extraordinarias virtudes de altruismo, sacrifico, desinterés y solidaridad hacia sus semejantes recibió de esos homenajes tardíos, pero también la calificación de «héroe cívico del siglo XX», con la que lo encuadró el Congreso de la Nación, que a voluntad del Poder Ejecutivo, lo había postulado en dos ocasiones como candidato argentino para recibir el Premio Nóbel de la Paz, aunque ese premio no se le concedió.
Por 1976, en el Instituto de Conferencias de La Prensa, el Dr. Osvaldo Loudet lo presentó de un modo elocuente: “… Ha conversado más con las plantas y los animales –que sólo un naturalista puede comprender-, que con los hombres, que tienen el arte de mentir. Si le ha preocupado el prójimo enfermo y civilizado, más le ha conmovido el ser primitivo y abandonado. El gesto más admirable de su vida fue dejar el ejercicio de su profesión en una orbe poderosa y rica para luchar en un medio inhóspito y desierto. Hay renuncias heroicas y memorables, como ésta de abdicar de la comodidad, de la quietud y del éxito fácil, para sustituirlo por la lucha ardua, el sufrimiento compartido, la esperanza renovada, la gloria íntima y silenciosa. Es el caso de este hombre. Siempre he elogiado al médico rural, el de hace medio siglo, perdido en las llanuras o en las montañas, sin los recursos técnicos actuales, sin los medios de comunicación presentes, sin un amparo oficial organizado. El viejo médico rural y el médico de familia van desapareciendo y con ellos un amor de sacrificios, una asistencia sin egoísmos, una caridad sin otra recompensa que la gratitud del enfermo, la tranquilidad de la propia conciencia y la alegría del deber cumplido, luchando sin cuartel contra la enfermedad y la muerte. Yo he conocido la época romántica de la medicina, antes del reinado del naturalismo y la economía, y me entristece la decadencia moral del momento contemporáneo. Deseo recordar que más allá del médico rural, ya moribundo, existen dos tipos excepcionales: el médico del desierto y el médico de la selva. Ejemplo del primer caso es el doctor Schweitzer, en el África Meridional francesa, dedicado a curar a los negros. Ejemplo del segundo caso es el doctor Maradona, dedicado a curar a los indios. Los dos se alejaron del hombre ‘civilizado’ para acercarse a hombre ‘primitivo’, enfermo sufriente y olvidado. Los dos comprendieron y sintieron la soledad y el dolor del prójimo, sin ninguna culpa y sin ningún consuelo. Hay, sin embargo, una diferencia: el primero fue conocido universalmente y se le otorgó con justicia el premio Nobel. El segundo es un desconocido universal y sólo es recordado en las aldeas humildes que tanto amó, curó y salvó.”
Aunque varias veces fue candidato a dicho premio, no lo recibió. Pero no fue ésa la mayor ingratitud. Ésa está dentro de las fronteras de este mismo país que no sabe apreciar a sus héroes. Que los homenajea o elogia cuando ya no están en este mundo. El “Doctorcito Dios”, el «Doctor Cataplasma», el «Doctorcito Esteban» o «el médico de los pobres» –como también lo conocieron- falleció acariciando el siglo de vida, el 14 de enero de 1995, en Rosario. Por eso, el homenaje que seguramente más le hubiera gustado es que otros médicos y naturalistas dieran continuidad a su obra en las tierras que dejó. Dijo de él Antonio Requeni: «… Maradona, misionero laico y salvador de vidas, en su trayectoria no puede menos que hacernos reflexionar sobre la trágica confusión de valores que afecta a la sociedad argentina».
Sus libros publicados:
A través de la selva
Recuerdos campesinos
Una planta providencial
Sin editar:
Dendrología. Cinco volúmenes con la representación gráfica de las especies de árboles que trata.
Animales cuadrúpedos americanos. Tres volúmenes con observaciones e ilustraciones sobre mamíferos y reptiles.
Aves. Tres volúmenes ilustrados.
La ciudad muerta. La historia de “Nuestra Señora de la Concepción del río Bermejo”.
Historia cronológica de los obreros de las ciencias naturales. Dedicado a los botánicos y zoólogos americanos.
El problema de la lepra. Profilaxis y colonización.
El problema del vinal. Propiedades, usos y distribución en Formosa.
Páginas sueltas. Obra de carácter periodístico.
Plantas cauchígenas.
Historia de la ganadería argentina.
Vocabulario toba-pilagá. Con más de 3.000 palabras traducidas al español.
Distinciones
1941. ORDEN NACIONAL DEL MÉRITO con el grado de GRAN OFICIAL DEL EJÉRCITO PARAGUAYO. Siendo otorgado por el Presidente Higinio Morínigo (Paraguay) por su colaboración voluntaria durante la Guerra Paraguayo-Boliviana.
1953. DIPLOMA HONORIFICO, Otorgado por el Centro Cultural Paraguayo por su desinteresada labor en la guerra del Chaco Boreal.-
1973. PALMA DE ORO, Otorgado por la Comisión Cooperadora de la Escuela de Frontera Nº 6 de Laguna Blanca(Formosa) por su labor humanitaria.
1975. PLAQUETA DE PLATA, Otorgado por el Gobierno de la Provincia de Formosa (Gob. Horacio Carlos Gorleri).
1975. DIPLOMA DE HONOR Y MEDALLA DE ORO, Otorgado por la Federación Médica de Formosa.-
1977. PENSIÓN VITALICIA, Otorgado por el Gobierno de la Provincia de Formosa (Gob. Juan Carlos Colombo). LA MISMA FUE RECHAZADA POR EL BENEFICIARIO.
1977. MIEMBRO TITULAR HONORIFICO, Otorgado por la Sociedad Argentina de Médicos Escritores.-
1977. BECA DR ESTEBAN LAUREANO MARADONA, otorgado por el Ministerio de Planeamiento de la Nación para estudiantes de bajos recursos.
1978. LAUREL DE PLATA, otorgado por el Rotary Club Formosa.
1980. DIPLOMA Y MEDALLA DE HONOR, otorgado por el Gobierno de la Provincia de Formosa.
1980. MÉDICO RURAL 1980, otorgado por la Asociación Médica Argentina (el importe recibido fue donado a la Federación Médica Formoseña para crear una Fundación para el Desarrollo de la Ciencia y la Salud).
1980. DIPLOMA Y PRESIDENTE HONORARIO del Rotary Club de Estanislao del Campo.
1983. MEDALLA DE PLATA, otorgado por el Banco de la Provincia de Formosa.
1984. DIPLOMA Y ESTATUILLA EL FERROVIARIO DE BRONCE, otorgado durante la Fiesta Nacional del Ferroviario (Laguna Paiva, Santa Fe).
1988. Proposición al PREMIO NOBEL DE LA PAZ, por Dr. M.A.Clemente Valenti por la Delegación de América y el Caribe del International Parliament pro Safety and Peace (USA).
1993. Grado de DOCTOR HONORIS CAUSA, de la Universidad Nacional de Rosario, el 11 de mayo de 1993.
1993. ORDEN A LOS SERVICIOS DISTINGUIDOS, al Mérito Civil, en Grado de COMENDADOR, del Ejercito Argentino.
1993. Segunda nominación para el PREMIO NOBEL DE LA PAZ, por parte del Senado del la Provincia de Santa Fe, refrendado por dictamen del Senado de la Nación.
1994. MEDALLA, DIPLOMA DE HONOR Y PLACA RECORDATORIA, otorgado por el Senado de la Nación Argentina.
1994. PENSION VITALICIA otorgada por el Senado de la Nación Argentina.
NOTA: la mayoría de las fotos color son gentileza de los productores del programa «Historias de la Argentina Secreta». La ilustración es de Aldo Chiappe, realizada en 2002 especialmente para la nota publicada en la Revista Vida Silvestre Nº 81.
* Claudio Bertonatti, museólogo. Coordinador del Depto. Información y Educación Ambiental.
Novedades y noticias sobre su recuerdo
El 14 de enero de 2003, a las 19 hs, se llevó a cabo un sentido homenaje en la Plazoleta ubicada en la intersección de las avenidas Federico Lacroze y Córdoba de la Ciudad de Buenos Aires.
Allí, la Asociación Formoseña Dr. Esteban Laureano Maradona convocó a otras organizaciones formoseñas y paraguayas, junto con la Red Solidaria y la Fundación Vida Silvestre Argentina para sumarse a este nuevo homenaje, recordando el día en que murió nuestro arquetipo de médico rural y naturalista. Cerca de cien personas disfrutaron del acto, que fue como Maradona: cálido, humilde y concreto. Entre los oradores, se destacó la Dra. Teresa Merino, quien hizo referencia a la personalidad y la obra del Dr. Maradona, con precisiones y datos novedosos o reveladores. Se trató de un anticipo de un libro que tiene en avanzada redacción. Por su parte, Claudio Bertonatti -en representación de Vida Silvestre- puso el acento en la labor naturalista de nuestro prócer casi desconocido, enfatizando sobre la necesidad de lograr la edición de las valiosas obras que dejó inéditas y que tratan sobre la fauna y flora de Formosa. Una provincia sobre la cual no abunda la bibliografía sobre esta materia. En su breve exposición, Bertonatti dijo que «seguramente, si el Dr. Maradona hubiera nacido en otro país, en uno desarrollado culturalmente, contaría con uno o más monumentos dignos de su memoria, cuya sombra bien podría cobijarnos a todos ahora, en este calor casi formoseño. Todas sus obras estaría editadas o reeditadas, y serían motivo de estudio. Se habrían producido documentales y hasta superproducciones donde las nuevas generaciones podrían recrear una vida llena de aventuras, de pasiones nobles y de una vida consagrada a los más necesitados del Paraguay y del norte Argentino».
Durante la mañana del mismo día, también se realizó un homenaje en el Hospital Muñiz, donde se encararon actividades especiales para los niños internados. Allí, también disertó la Dra. Merino.
Sobre el humilde monolito de la Plazoleta, que espera llevar su nombre y que sostiene la placa de bronce que recuerda su memoria, se depositaron flores, rodeados por las banderas de la Argentina y del Paraguay. Varios músicos, cantantes y hombres de letras rindieron su tributo, junto con los miembros de la comunidad paraguaya en Buenos Aires, que llevaron sus instrumentos típicos y representaron sus danzas tradicionales. En fin, todo esto demuestra que Maradona sigue vivo en el recuerdo de una obra difícil de olvidar.
FUENTE: FUNDACIÓN VIDA SILVESTRE ARGENTINA
Ley 25.448: Institúyese el día 4 de julio como Día Nacional del Médico Rural, conmemorando el natalicio del doctor Esteban Laureano Maradona.
Sancionada: junio 27 de 2001.
Promulgada de Hecho: julio 26 de 2001.
El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina reunidos en Congreso, etc. sancionan con fuerza de Ley:
DIA DEL MEDIO RURAL
ARTICULO 1° — Institúyase el día 4 de julio como Día Nacional del Médico Rural, conmemorando el natalicio del doctor Esteban Laureano MARADONA.
ARTICULO 2º — Comuníquese al Poder Ejecutivo.
Favaloro y sus años en un pequeño pueblo de La Pampa: “Como médico rural aprendí el profundo sentido social de la vida”
EL CÉLEBRE MÉDICO ARGENTINO Y PADRE DEL BYPASS VIVIÓ DOCE AÑOS EN JACINTO ARÁUZ, UNA LOCALIDAD REMOTA DE LA REGIÓN PAMPEANA, ANTES DE VIAJAR A ESTADOS UNIDOS PARA ESPECIALIZARSE EN CIRUGÍA CARDIOVASCULAR. EL REPASO DE AQUELLA VALIOSA EXPERIENCIA EN EL MARCO DEL DÍA NACIONAL DEL MÉDICO RURAL.
René Gerónimo Favaloro recibió la carta de su tío doctor, Arturo Cándido Favaloro, que vivía en Jacinto Aráuz, un pueblo del departamento de Hucal, provincia de La Pampa, a la vera de la Ruta Nacional 35 y a pocos kilómetros del límite provincial con Buenos Aires. Era 1949 y a su trayectoria profesional le esperaba un giro sorpresivo. Él tenía por entonces 26 años -había nacido el 12 de julio de 1923-. Criado en el barrio el Mondongo de La Plata, que debe su nombre al origen de su población: trabajadores de frigoríficos que cobraban con mondongo parte de su sueldo, su padre era ebanista, su madre modista. Hizo la educación primaria en la humilde Escuela 45 y la secundaria en el prestigioso Colegio Nacional de La Plata.
Desde los diez años, en sus vacaciones escolares se convertía en obrero cuando su padre le enseñaba y lo guiaba en el oficio de carpintería. Años más tarde diría en uno de sus libros: “Cuando escuchaba al profesor (Federico) Christmann decir que para ser un buen cirujano había que ser un buen carpintero yo pensaba que había realizado mi aprendizaje en aquel viejo taller”. Estudió medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata y en tercer año comenzó con el período de residencias en el Hospital Policlínico, donde tejió un vínculo fraternal con los pacientes, la mayoría en condiciones de vulnerabilidad social.
Su preparación profesional en el centro de salud que recibía casos complicados de casi toda la provincia de Buenos Aires, según consigna la biografía de su fundación, duró dos años. Se recibió en 1949: el curso normal de su carrera lo orientaba hacia el Policlínico, donde habían trabajado sus profesores universitarios. Se abrió una vacante para médico auxiliar: se postuló y quedó en carácter de interno. Cuando quisieron confirmarlo, su destino confrontó contra su honestidad. Una tarjeta con sus datos tenía como última condición firmar su aprobación del gobierno de turno. Interpretaría ese requisito como humillante y desleal a sus principios y convicciones democráticas.
En 1949, entonces, llegó la solicitud de su tío. El doctor Dardo Rachou Vega, el único médico del pueblo, tenía cáncer de pulmón y debía internarse en Buenos Aires para realizar el tratamiento. Iba a ser un reemplazo temporario de menos de tres meses: la experiencia y la extensión del compromiso lo habían convencido. Llegó a Jacinto Aráuz en mayo de 1950. Se fue doce años después. Rachou moriría a los pocos meses, cuando su relevo ya se había involucrado en las peripecias de un punto recóndito del mapa. “La vida de los pobladores era muy dura. Los caminos eran intransitables los días de lluvia; el calor, el viento y la arenisca eran insoportables en verano y el frío de las noches de invierno no perdonaba ni al cuerpo más resistente. Comenzó a interesarse por cada uno de sus pacientes, en los que procuraba ver su alma. De esa forma pudo llegar a conocer la causa profunda de sus padecimientos”, relata la Fundación Favaloro.
Juan José, su hermano también médico, se integró a su causa. Juntos fundaron un centro asistencial y elevaron el nivel social y educacional de la región. Lo asumieron como un desafío. Convocaron a maestros, empleados, madres, padres y representantes de las iglesias para promover un cambio de paradigma en conciencia sanitaria: enseñaron pautas de salud y prevención. La sala de primeros auxilios inaugurada en 1940 se transformó en una clínica con 23 camas, una sala de cirugía y un banco de sangre viviente con donantes a disposición. El resultado: una reducción notable de la mortalidad infantil, la desnutrición y las infecciones en los partos.
En su libro Recuerdos de un médico rural, el célebre cirujano argentino recordó: “Jacinto Aráuz tenía solamente unas diez manzanas desparramadas a lo largo de las vías. Es la primera población en territorio pampeano yendo por la ruta 35. Una zona difícil, donde todo había sido conseguido con esfuerzo. Servía para demostrar cómo el hombre, con esfuerzo, puede desarrollarse y contribuir al engrandecimiento de nuestra patria”.
“Estuve doce años como médico rural en Jacinto Aráuz, La Pampa, donde aprendí el profundo sentido social de la vida. Sin compromiso social, mejor no vivir”, dijo en diálogo con la Revista Gente en 1999, un año antes de que se suicidara de un disparo al corazón, el 29 de julio de 2000, angustiado por la falta de respuestas de las autoridades y agobiado por la crisis de su fundación. Por aquellos años, Favaloro reflexionó sobre su paso por el pueblito pampeano. Creía que se había desempeñado con honestidad y ética profesional porque, tal como absorbió en su formación académica, “el acto médico debe estar rodeado de dignidad, igualdad, piedad cristiana, sacrificio, abnegación y renunciamiento”.
En 1962, decidió continuar su camino. Se había interesado en los avances de las intervenciones cardiovasculares. Su entusiasmo por la cirugía torácica no comulgaba con su trabajo devoto en Jacinto Aráuz. Maduró la idea de una especialización en el exterior: quería involucrarse en la revolución de la medicina cardiovascular. Un profesor de la Universidad de La Plata le recomendó perfeccionarse en la Cleveland Clinic. El final de la historia es harto conocido: el 9 de mayo de 1967 René Favaloro operaría a una mujer de 51 años con la técnica de bypass, una bisagra en la cardiología global.
Atrás quedaba su legado en un humilde pueblo de la estepa pampeana y sus años como médico rural. Cada 4 de julio se celebra en Argentina el Día Nacional del Médico Rural, fecha instituida por la ley Nº 25448, en conmemoración al nacimiento del doctor Esteban Laureano Maradona, y “en recuerdo de su vida ejemplar, que se une a la de todos los médicos rurales argentinos cuyas historias anónimas nos esconden sus nombres y sus desvelos”. Como René Favaloro, un prohombre argentino, que dedicó doce años de su vida a la salud de pobladores rurales.
Asociación ALIHUEN